November 19, 2005

Los dioses de Borges: variaciones politeístas



Für dich, nach unseren zwei Göttern chez Sophie Calle…

«Todas las cosas se corrompen y decaen en el tiempo; Saturno no cesa de devorar a los niños que él mismo generó: toda la gloria del mundo sería enterrada en olvido a menos que Dios haya dado a los mortales el remedio de los libros».
Richard De Bury



El Dios cristianizante
¿Cuánto pesó en la vida de Borges el catolicismo de su madre, de Dante y Chesterton, la presencia de Dios? ¿Cómo entender que haya rezado todas las noches antes de irse a la cama y que escribiera líneas irreverentes, como los últimos versos de “Cristo en la cruz”?

Su madre introdujo a Georgie en el arte de la oración. Borges jamás se metió en la cama sin haber rezado en anglosajón un Padre Nuestro: “mi boca ha pronunciado y pronunciará, miles de veces y en los dos idiomas que me son íntimos, el padre nuestro, pero sólo en parte lo entiendo”[1]. Menos por devoción al Dios cristianizante, Borges oraba para honrar el cariño de su madre. Con el cumplimiento de esa solicitud rendía un auténtico amor filial.

Ya muy enfermo, Borges mandó traer un sacerdote católico, por deferencia con su madre, y más tarde un pastor, por no soslayar el protestantismo de su abuela. Habló en privado con ellos, y poco antes del sueño eterno rezó el Padre Nuestro en tres diferentes idiomas.

En Leipzig, tras la clausura de un coloquio sobre las implicaciones científicas y filosóficas de la obra de Borges, tuve la oportunidad de charlar junto a mis colegas con María Kodama. Parte de esa conversación fue publicada como entrevista[2]. Esa mañana, antes de partir al aeropuerto, pregunté a María Kodama qué pensaba Borges, en conciencia, sobre Dios. Nos contaba que él se consideró un agnóstico en busca permanente de Dios: eso definiría al auténtico agnóstico. El creyente podría jactarse de haberlo encontrado; el agnóstico ejerce la humildad del viandante perplejo. Esta busca, como amaba decir, entretejió su vida, ya desde niño, cuando su abuela le recitaba la Biblia de memoria.

La nostalgia por Dios estaba arraigada en la intimidad de su alma[3]:

No vivimos en la eternidad, en lo esencial. Siempre estamos en la circunstancia, y ésta es una forma de consolarnos en la desgracia, ¿no es así? Cuando cae una desgracia sobre nosotros, pensamos: “sí, me sucedió hoy en la noche, pero mañana será otro día, las cosas serán un poco distintas…” Lo que dice usted concierne a una naturaleza esencial, pero, como sabe, sería menester saber si lo esencial existe, si es algo más que las circunstancias. Si yo mismo soy algo más que la sucesión del lunes, martes, miércoles, jueves, etcétera, y que la sucesión de los instantes que componen esta serie. Quizá existo de otra manera, digamos, si hay Dios. Quizá entonces existo de una manera esencial.
Por eso creyó en Dios, pero estimó imposible demostrar mediante la razón su existencia o inexistencia[4]:

(…) en trance de Dios y de la inmortalidad, soy de los que creen. Mi fe no es unamunesca e incómoda; mis noches saben acomodarse en ella para dormir y hasta despachan realidad bien soñada en su vacación. Mi fe es un puede ser que asciende con frecuencia a una certidumbre y que no se abate nunca a incredulidad.
La indemostrabilidad de la existencia de Dios tiene como salvoconducto la broma, no sólo la literaria, como el ingenioso Argumentum ornithologicum[5], sino incluso la vital. Una anécdota ilustra el toque estético del trato entre Borges y este Dios cristianizante[6]:

Donde sentí el pasado germánico de Inglaterra fue en una pequeña iglesia sajona, cerca de Lichfield. Era una mañana muy fría. Tuve que atravesar el pequeño cementerio de la aldea cubierto por la nieve. Pensé en la elegía de Gray, inevitablemente, y luego llegué a la iglesia, que es un edificio de piedra gris, con ventanas pequeñas y dos puertas. Sobre cada puerta hay una cabeza de serpiente de piedra, acaso de origen escandinavo. Entré y en la penumbra del templo cumplí un voto que yo había hecho muchos años antes en Buenos Aires, sin esperanza de poder realmente cumplirlo: dije el Padre Nuestro en inglés antiguo, en esa vieja iglesia sajona y logré al cabo de diez siglos, digamos, que volviera a resonar en esa iglesita olvidada el Faether ure, thu eart on heovenum, sie thin namá gehalgot…Creo que lo hice para darle una pequeña sorpresa a Dios”.


A falta de un silogismo concluyente, prefería colocarse por encima de la discusión y al margen de toda religión confesional. En cierta entrevista declaró: “la religion ne m’a jamais intéressé que du point de vu intellectuel”[7], verdad que devendría tópico en su pensamiento.

Borges vivió por tanto distanciado del cristianismo. Desconocía la divinidad de Jesucristo. A Cristo no puede juzgársele. “Indudablemente es una de las personas más raras y más admirables con que ha contado el mundo”[8]. Hombre extraordinario como fue, que se considerara a sí mismo Hijo de Dios le llevaba ex gratia a ser coherente con su título. Jesucristo modificó, sin duda, la historia, en tanto los cristianos fusionaron Grecia e Israel. Pero él no inventó el amor a Dios o al prójimo; es uno de sus más grandes divulgadores. En ese punto reconoció Borges la formidable tarea de Cristo: alejar a los hombres del odio.

Sin embargo, el cristianismo se emancipó de su fundador y derivó en atrocidades que han contrahecho el mensaje original e incluso lo auténticamente humano, como las Cruzadas o las guerras de religión: “(…) no sé si los cristianos se parecen a Cristo” [9]. Si una religión conduce a un hombre a la violencia, sería mejor que la dejara. Sobre esto, el cristianismo podría aprender mucho de las culturas orientales.

Borges se preguntaba si la ética, indispensable en el mundo, requería de la religión o no. Ponía como ejemplo a su madre. Recibió de ella “algo moral, algo muy sutil… Cuando veo a mi madre, que siempre ha vivido pensando en otras personas, en la felicidad de otras personas y no interesándose demasiado en la suya propia sino hallándola en la de los otros… Dirás que eso es ser cristiano”[10]. Así se vindicaría la fuerza originaria del cristianismo. Su piel ética llevó a Borges a reconocer la ejemplaridad de los hombres justos, como Sócrates o Jesucristo.

El dios Infinito


Según la unanimidad de las religiones, Dios interviene para salvar el mundo. Borges descreía del Redentor cristiano y vislumbraba la redención en la esperanza que suscitan la ética y la creación poética. Pero él no es un hombre justo ni un profesor de ética. Es poeta. Escritor. No extraña, pues, que Borges haya adorado al dios Infinito que los griegos llamaron musa, los cristianos Espíritu Santo y “la triste mitología de nuestro tiempo” subconsciente[11]. Y por ese caz se le muestra y oculta el dios Infinito, que gusta de revelarse a través del arte poética. Consecuentemente, Borges juzgaba los hechos por su esteticismo: “me doy cuenta de que estimo los grandes hechos por su valor estético”[12].

La busca estética de Dios conduce a la pregunta sobre la naturaleza de la poesía. En el “Prólogo” a su Obra poética 1923/1985 ofrece una respuesta berkeleyana:

El sabor de la manzana (declara Berkeley) está en el contacto de la fruta con el paladar, no en la fruta misma; análogamente (diría yo) la poesía está en el comercio del poema con el lector, no en la serie de símbolos que registran las páginas de un libro. Lo esencial es el hecho estético, el thrill, la modificación física que suscita cada lectura”[13].

Cualquier cosa despertaría potencialmente el hecho estético. Dios vendría a ser el gran hecho estético[14]. Por lo tanto, las disquisiciones acerca de lo divino y lo teológico son meras corrientes estéticas: “la filosofía y la teología son, lo sospecho, dos especies de la literatura fantástica. Dos especies espléndidas”[15]. Y en otro lugar apuntaba: “(…) aquí vemos cómo la literatura fantástica puede confundirse con la filosofía y con la religión, que son acaso otras formas de la literatura fantástica”[16].

El hecho estético despierta la dicha. La dicha es verlo surgir todo por primera vez “pero de un modo eterno”, sin cesar[17]:

El que abraza a una mujer es Adán. La mujer es Eva.
Todo sucede por primera vez.
[…]
Nada hay tan antiguo bajo el sol.
Todo sucede por primera vez, pero de un modo eterno.
El que lee mis palabras está inventándolas.


Este eterno brotar se llamó, entre los griegos clásicos, actualidad perenne, continua novedad e innovación. Acto Puro significa Actividad Pura, continuo surgir y existir. Desde tiempos de Platón y Aristóteles, Dios es lo único realmente original, la misma originalidad, lo más admirable que pueda pensarse, lo único admirable y deleitable. Al encontrarlo, nos ponemos en contacto con nuestra propia bienaventuranza, aunque sea por unos instantes[18]:
(…) entonces, dice el mismo Schelling en el mismo contexto, alcanzamos no sólo la felicidad (la eudaimonía) sino la bienaventuranza (la makariótes); hemos rozado, más allá de la muerte, como en el arte, una vida distinta, el otro estado (der andere Zustand) del que, a su modo, hablaba Robert Musil…

Dios ejerce esta fascinación pues ex vi termini es eterno e infinito, omniabarcante. Borges entiende este último atributo divino a la manera panteísta, de suerte que entrevé a Dios allí donde “el arte sucede”[19]:

Según ella [la escuela panteísta], habría un solo individuo en el mundo y ese individuo sería Dios. Dios, en este momento, estaría soñando que es cada uno de nosotros y sería además cada uno de los animales, plantas y piedras y estrellas de este mundo. Cada uno de nosotros sería Dios o sería una faceta de Dios y no lo sabría. Esto, desde luego es grandioso (…).


La exigencia artística por excelencia es crear de la nada, asemejarse al Dios del Génesis, remedar el acto fundacional de toda ontología, descubrir y redescubrir a Dios que “sucede por primera vez”, hacérselo visible al lector, a todos los hombres[20]:

En el arte todo tiene que ser como si estuviera ocurriendo por primera vez o, dicho con Marcel Proust, en él la supresión de lo acostumbrado, la suspensión de la costumbre, no es pasajera. En el verdadero arte, sea del tipo que sea, se va, como quien dice, de sobresalto en sobresalto, de admiración en admiración; ahí todo es como si estuviera empezando a ser, como si se estuviera siempre estrenando.


Dios no es un símbolo estético más, entre los numerosos que se encuentran en los trabajos de Borges. Dios es el aleph que los compendia todos: el tigre, el espejo, la poesía, la rosa, los compadritos, el reloj o el tiempo, ¡el otro! Dios es El Otro: el tigre, el espejo, la poesía, la rosa, los compadritos, el reloj o el tiempo, ¡el otro!…. No es superficial que Borges se procurara una experiencia estético-religiosa en el lecho de muerte. Estaba ya prefigurado en “La larga busca”, una de sus últimas páginas[21]:
Anterior al tiempo o fuera del tiempo (ambas locuciones son vanas) o en un lugar que no es del espacio, hay un animal invisible, y acaso diáfano, que los hombres buscamos y que nos busca.
Sabemos que no puede medirse. Sabemos que no puede contarse, porque las formas que lo suman son infinitas.
Hay quienes lo han buscado en un pájaro, que está hecho de pájaros; hay quienes lo han buscado en una palabra o en las letras de esa palabra; hay quienes lo han buscado, y lo buscan, en un libro anterior al árabe en que fue escrito, y aún a todas las cosas; hay quien lo busca en la sentencia Soy El Que Soy.
Como las formas universales de la escolástica o los arquetipos de Whitehead, suele descender fugazmente. Dicen que habita los espejos, y que quien se mira Lo mira. Hay quienes lo ven o entrevén en la hermosa memoria de una batalla o en cada paraíso perdido.
Se conjetura que su sangre late en tu sangre, que todos los seres lo engendran y fueron engendrados por él y que basta invertir una clepsidra para medir su eternidad.
Acecha en los crepúsculos de Turner, en la mirada de una mujer, en la antigua cadencia del hexámetro, en la ignorante aurora, en la luna del horizonte o de la metáfora.
Nos elude de segundo en segundo. La sentencia del romano se gasta, las noches roen el mármol.

El poeta no lo busca ni en las aves, ni en el Libro de los libros, ni en los espejos, las armas o los ojos femeninos. Lo busca y Lo encuentra en la dicha que le procura el hecho estético. Por fin las tres riberas del trilátero hecho estético / dios Infinito / dicha se encuentran y surge, diáfano, el dios Infinito, ese Otro inspirador[22]:

En el primero de sus largos miles
de hexámetros de bronce invoca el griego
a la ardua musa o a un arcano fuego
para cantar la cólera de Aquiles.
Sabía que otro –un Dios– es el que hiere
de brusca luz nuestra labor oscura;
siglos después diría la Escritura
que el Espíritu sopla donde quiere.
La cabal herramienta a su elegido
da el despiadado dios que no se nombra:
a Milton las paredes de la sombra,
el destierro a Cervantes y el olvido.
Suyo es lo que perdura en la memoria
del tiempo secular. Nuestra la escoria.

Borges sí encontró y trató con intimidad, piedad y reverencia al dios Infinito, al Otro inspirador. Debo discrepar del artículo necrológico que publicó Octavio Paz tras la muerte de Jorge Luis Borges. Según el mexicano[23]:

Borges estaba enamorado de sus ideas. Un amor contradictorio, corroído por la pluralidad: detrás de las ideas no encontró la idea (llámese Dios, vacuidad o primer principio) sino a una nueva y más abismal pluralidad, la de sí mismo. Buscó la idea y encontró la realidad de un Borges que se disgregaba en sucesivas apariciones… En su interior pelearon el metafísico y el escéptico.
Haber hallado esa “nueva y más abismal pluralidad, la de sí mismo,” no habría fecundado tan ubérrimas páginas; eso sólo pudo ser obra de un dios.


Variaciones sobre el politeísmo


Terminemos por ciertas distinciones teóricas pero necesarias. El experto en sánscrito e hinduismo Max Müller (1823-1900), profesor en el All Souls College, acuñó el término henoteísmo. Según el mismo Müller, el henoteísmo es “monoteísmo en teoría, pero de facto un politeísmo”. Consiste en rendir culto a un dios mientras se acepta la existencia de otros dioses. En este sentido, es una especie de politeísmo integrista o politeísmo ecléctico. Hoy en día se prefiere el término monolatría, que consiste en la adoración a un solo dios, se acepte o no una multiplicidad de dioses.

Existen dos versiones diferentes del henoteísmo: la monolatría y el catenoteísmo. El catenoteísmo sostiene que el dios supremo está en función del momento vital por el que se atraviesa o el lugar geográfico donde se está. El catenoteísta puede adorar a una multitud de dioses pero en diferentes momentos o lugares, nunca a más de uno simultáneamente, a diferencia del monolatrista, quien adora a lo largo de su vida a un solo dios. Según este último, existen diferentes dioses, como los admitidos por los aztecas y griegos, pero la persona sólo puede ser afectada por aquél a quien acepta libremente. Así, Cuacuatzin no obtiene beneficio o perjuicio alguno de Poseidón, sino de Tláloc, mientras que la vida de Spyros, contemporáneo suyo, sí es afectada por él primero y no por segundo.

Borges respetó la posible existencia de un Dios cristianizante, con quien mantuvo una relación cotidiana, aunque nunca íntima ni personal. A espaldas Suyas se enfrascaba con algún dios Infinito que azuzaba su imaginación literaria, y a quien descubrió en objetos tan dispares como un espejo, otro hombre, el frenesí de un poema, el tigre o el cuchillo. Ese dios Infinito asaltaba a Borges con un escalofrío estético. Aceptó con libertad su influjo.

Sin ceder a binitarismo alguno, sin caer tampoco en un dualismo simplista de seres antagónicos y contrapuestos, Borges profesó una especie de monolatría. La exigencia vital de respetar a uno y de venerar al segundo aparece a diario en la biografía del argentino. En estas páginas procuré dar cuenta de las relaciones de Borges con cada uno de ellos, pues al no distinguirlos, los nombró indistintamente Dios..

Contar a Borges entre los politeístas supondría una lectura más integradora del hombre y el autor. Aunque reconozco que la objeción: “Borges fue agnóstico; el otro Borges fue creyente…” es robusta: con serias dificultades encontraría manera de defenderme.


Polanco. Noviembre, 2005.


[1] Jorge Luis Borges, “Una oración” en Elogio de la sombra en Obras completas, tomo segundo, Emecé, Buenos Aires, 1996, p.392.
[2] Cfr. Luis Xavier López Farjeat y Héctor Zagal, “El Borges de Kodama: hombre de libertad salvaje” en El Ángel, noviembre 11, 2001.
[3] Georges Charbonnier, El escritor y su obra, Siglo XXI, México 1967, pp.64-65. El subrayado es mío.
[4] Jorge Luis Borges, El idioma de los argentinos, M. Gleizer, Buenos Aires, 1928, pp.81-82. Apud Oswaldo E. Romero, “Dios en la obra de Jorge L. Borges: su teología y su teodicea” en Revista Iberoamericana, XLIII/100-101, julio-diciembre 1977, p.466.
[5] Cfr. Jorge Luis Borges, “Argumentum ornithologicum” en El hacedor. Sugiero la lectura de Horacio Banega, “El Argumentum ornithologicum” en Gregorio Kaminsky (comp.), Borges y la filosofía, Instituto de Filosofía / Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, 1994, pp.59-68; así como mi texto “El Dios del silogismo” en Enfocarte, n.21 (www.enfocarte.com/3.21/filosofia.html).
[6] María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1999, p.79. El subrayado es mío.
[7] Gloria Alcorta, “Entretiens” en L’Herne, Paris, 1964, p.406. Apud Oswaldo E. Romero, “Dios en la obra de Jorge L. Borges: su teología y su teodicea”, p.466.
[8] María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, p.103.
[9] Cfr. María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, p.103.
[10] María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, p.105.
[11] Jorge Luis Borges, “Prólogo” a su Obra poética 1923/1985, Emecé Editores, Buenos Aires, 2001, p.14.
[12] María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, p.101.
[13] Jorge Luis Borges, “Prólogo” a Obra poética 1923/1985, p.13.
[14] Discrepo de Osvaldo Pol cuando afirma que Dios es un motivo estético más entre los muchos que configuran su vía láctea simbólica. Cfr. El tema de Dios en la poesía de Borges, Instituto Cultural Argentino Israelí, Córdoba, 1993, pp.55-58.
[15] Jorge Luis Borges, “Unas notas” a La cifra en Obra poética 1923/1985, p.638.
[16] María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, p.147.
[17] Jorge Luis Borges, “La dicha” en La cifra en Obra poética 1923/1985, pp.594-595.
[18] Fernando Inciarte, “Actualidad de la metafísica aristotélica” en Tiempo, sustancia, lenguaje. Ensayos de metafísica, Eunsa, Pamplona, 2004, p.30.
[19] La frase es de James McNeill Whistler (1834-1903): “Art happens – no hovel is safe from it, no. Price may depend upon it, the vastest intelligence cannot bring it about”. El propio Borges la cita en el “Prólogo” a la colección de novelas que conformaría su Bibioteca personal. La cita siguiente se encuentra en María Esther Vázquez, Borges, sus días y su tiempo, p.147.
[20] Fernando Inciarte, “Actualidad de la metafísica aristotélica”, p.27.
[21] Jorge Luis Borges, “La larga busca” en Los conjurados en Obra poética 1923/1985, pp.688-689.
[22] Jorge Luis Borges, “El otro” en El otro, el mismo en Obra poética 1923/1985, pp.213.
[23] Octavio Paz, “El arquero, la flecha y el blanco” en La nación, Buenos Aires, 29 de junio de 1986. El subrayado es mío.

1 comment:

Humberto said...

Ya te caché en la movida blogera!

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